En la demolición de 57 y 1 apareció un gol de Labruna
Por ALEJANDRO CASTAÑEDA
Como el revisionismo descubre y corrige el pasado, hay una tropa de administradores de recuerdos públicos que se dedica a ajustar cuentas con la historia. Pero no sólo los políticos manosean el ayer para acomodarlo a su conveniencia. Abundan las fe de erratas en un país sospechado de manipular índices, convicciones y quórums. Esta semana, justo cuando el arsenal de porcentajes y retenciones consumía la paciencia ciudadana, se encontró en el Bosque, olvidado, un gol de Angel Labruna. Poco favor le hace a la escuálida credibilidad de estos días semejante descubrimiento. Parece que fue en el año 41 y en cancha de Estudiantes. La noticia le sumó nuevos contratiempos al Mercosur. Porque justo cuando en Tucumán se toreaban los presidentes de la Región, le avisaron al mandatario guaraní que, con ese gol post mortem, Labruna había alcanzado al ilustre paraguayo Arsenio Erico en la tabla de los máximos artilleros del fútbol criollo. El hallazgo confirma que Labruna fue un goleador tan formidable que todavía la sigue metiendo en un arco que ya no está y en una cancha que se está yendo.Pero uno, duda. Si el país nos enseña a no creer en las mediciones de cada mes, ¿cómo se puede dar categoría de verdad incuestionable a la aparición de un golcito que se le había traspapelado a los de River? Primero, nacionalismos aparte, honor al arquero pincha que, con su posible chambonada, acabó con el estigma de soportar que un paraguayo sea el máximo goleador del fútbol argentino. Segundo, el Mercosur, ese cónclave de recelosos mandatarios que cada año se reúne para poder seguir discrepando, debería designar una comisión de notables recordadores para evitar que estas novedades agreguen inconvenientes. La Argentina, con este gol convertido 60 años después, se pone al día con el fútbol paraguayo, pero deja un flanco abierto para que la música uruguaya siga insistiendo con eso de que Gardel nació allí y que pudo cruzar al puente (cuando se podía) para estudiar en el Abasto. La gente de Tacuarembó anda prometiendo recompensas al que logre recoger alguna anécdota escolar de Carlitos. Y un coleccionista del lugar hasta guarda un cachito de tiza que habría usado el Zorzal. Pero el revisionismo vecino va por todo: no sólo rechazan su procedencia francesa, también dicen que el Carlitos oriental era un botija mellizo del Charles Romualdo de Tolouse, que desafinaba como loco. Y hasta cuestionan la maternidad de dona Berta, algo que el Morocho y la tanguería no permitirán jamás.El pasado nos atropella. Al gol de Labruna lo desenterraron los albañiles que andan escarbando por todos los rincones del estadio albirrojo. "Estaba allí, al lado del palo, -dice un peón emocionado- junto a dos cabezazos de Gottardi". Se han perdido tantos goles hechos en el arco de 55, que habrá que seguir removiendo. Pero lo de Labruna no sólo estimuló a los de Tacuarembó, también incitó a los familiares de Pancho Varallo a salir a buscar algún gol extraviado, ahora que Martín Palermo amenaza cada domingo con igualar la marca del glorioso don Pancho. Ya partieron los varallistas como locos a revolver potreros de la cercanías. Hay esperanzas: se han perdido tantas cosas en una ciudad que alguna vez fue fraterna y acogedora, que no sería raro que el inventario de lo que ya no está acuse también la ausencia de una volea que Varallo se olvidó de contabilizar.El filósofo Richard Rorty dijo una vez que la lucha por el liderazgo político es, en realidad, una lucha por el relato del pasado. El que controla el ayer acaba imponiendo su verdad. No sería raro que los buscadores de la 122, para darle un alegrón a don Pancho, acaben descubriendo que al final había entrado aquel tiro en el palo del 34. Por las dudas, los seguidores de Palermo están alertas. Aprendieron de Erico: se descuidó y Labruna sobre la hora le empató.País raro: de cifras inciertas, pasado en suspenso y goleadores resucitados.
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