Efecto dominó de la eventual secesión de Cataluña
Juan José R. Calaza*
No me importa reconocer que un foso de mezclados odios, o algo parecido, separa a los españoles. También creo que es inútil buscar culpables con nombre y apellidos pero sin olvidar quién es quién. Si el estado autonómico ha ido tan lejos y tan mal es porque desde el principio los nacionalistas aplicaron las consignas "sálvese quien pueda" y "qué hay de lo mío". Y si culpables hubiera, de este lado del foso, habría que achacarlo, dicho por lo fino, a las secuelas de la carencia de vitaminas cerebrales que padecen algunos. Lo escribió el otro día Fernando Savater con muy buena letra: las federaciones se hacen para unir lo separado no para separar lo unido. Menuda ocurrencia dejar en manos del cainismo, educación, policía y televisiones autonómicas. Antes bien, de haber estado el cometido de la ertzaintza directamente bajo control del Gobierno central hubiéramos acabado mucho antes con ETA. Y menos engallados andarían hoy los secesionistas si los mossos no les presentaran armas.
La amenaza del referéndum planteado en Cataluña -que irá allende el amago-- hay que tomarla en serio. Sin negar la voluntad independentista de numerosos catalanes la situación es suficientemente compleja como para no excluir que el proceso lo estimulen desde el extranjero. España está tan debilitada económicamente y huérfana de contundente apoyo exterior que deberá atarse fuertemente los machos para evitar la fractura si el envite secesionista es muy intenso interiormente y bien arropado internacionalmente. No son las declaraciones de la comisaria Viviane Reding, a primera vista favorables a España, lo que va a calmar el juego. Queda mucho partido aún y no estoy seguro de que el árbitro sea neutral.
Desde que Zapatero, con el apoyo de todos los socialistas prácticamente, excluyendo a Solana y pocos más, consumó la felonía de abandonar a sus aliados en el frente iraquí, España ha dejado de ser un aliado fiable para EE UU, Inglaterra e Israel. La conclusión a la que han llegado es que un país carente de política exterior de Estado, cuando hace un cesto hace cien. No verían con malos ojos su neutralización fabricando con los despojos socios más dependientes y leales.
Por otra parte, no sé a ustedes, pero a mí me resulta chocante que Mariano Rajoy, en su reciente visita a Francia, no haya sido capaz de sacarle a François Hollande una declaración de solidaridad en términos tan claros como rotundos, en la línea que en estos casos se impone, por ejemplo, que Francia nunca aceptaría un estado catalán. Es lo mínimo que cabría esperar de un país aliado y, al menos en apariencia, amigo. Sí, desmoraliza y mucho el sospechoso silencio de Hollande. Pero, quiérase o no, es de manual de geopolítica; como atinadamente dicen los ingleses, no hay amigos, solo intereses.
No obstante, en el trance, frente a la provocación del independentismo se impone dejar claras tres cosas. La primera: no nos vamos a rendir por mucho que quieran aplicarnos la democracia del pataleo estelado. Señal, la de no rendirse, que el presidente del Gobierno, ocupado en poner paños calientes, no ha enviado con suficiente firmeza.
La segunda: aunque nos bombardee la OTAN no habrá referéndum independentista ni en Cataluña ni en ninguna otra parte del territorio español. Ni por las buenas ni por las malas. Es obvio que sentado el precedente del primer referéndum aunque los constitucionalistas lo ganáramos habría otro y otro y otro, tantos como fueran necesarios en una prevista y bien calculada secuencia, hasta que lo ganaran los independentistas. Entonces ya no habría ninguno más. Y ganar un referéndum es muy fácil, basta organizar inteligentemente una conmoción social apoyándose en un atentado -en el Camp Nou o Montserrat-- con doscientos muertos y endosárselo al fascismo centralista español.
La tercera, la más importante: no nos vamos a rendir porque la secesión de Cataluña arrastraría trágicamente a otras regiones. Después de Cataluña vendría el País Vasco. Poco tardarían en seguirle Baleares y a medio plazo la Comunidad Valenciana, donde el independentismo catalanista tiene poderosos valedores en el mundo de la cultura, especialmente la que gravita en torno a la lengua. Canarias estaría asimismo tentada de abandonar un distante colectivo de regiones peninsulares empobrecidas, ensimismadas en sus problemas. En tal ambiente, el terrorismo galaico-lusista se sentiría reconfortado y el nacionalismo racial y revanchista de raigambre gallega se engallaría, lo que a término llevaría a otra secesión eventualmente con asociación a Portugal. Sépase que Mario Soares al presentar como conferenciante, en Lisboa, a Carod-Rovira explicó a los asistentes que España no pero Cataluña sí es una nación. No es la única voz en Portugal, la de Soares, que quiere ayudar a los secesionistas catalanes. El semanario Expresso publicó recientemente un artículo cuyo autor sostenía que es imposible que Portugal no eche una mano a la secesión de Cataluña porque fue la que les permitió recuperar la independencia en 1640. Ya ven como anda el patio ahí al lado.
Pronto aparecerían, además, los agentes de Arabia e Irán, cargados de petrodólares, comprando voluntades políticas en Andalucía favorecedoras de la eclosión de un estado filo-árabe en España que acabaría tutelado o anexionado por Marruecos. De hecho, en Cataluña las organizaciones marroquíes lo tienen claro: todas independentistas. Divide y vencerás. No son bromas, aún recuerdo la fotografía que se dejó hacer el candidato Zapatero al lado de Mohamed VI, poco después del lance de Perejil, con un mapa de fondo en el que figuraba Andalucía como parte del reino alauita.
Los de la cáscara amarga dirán que todo esto es política ficción. Pudiera ser, pero, sobre todo, el desenlace dependerá de los intereses internacionales en juego. Sin embargo, lo que yo pienso es que cuando el destino se tuerce solo hay una manera de enderezarlo: con sufrimiento. Pase lo que pase, no podemos permitir la escisión catalana ni el efecto dominó que traería. El que resiste gana, España no es nación de quita y pon.
*Economista y matemático
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