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Opinión
Utopía, anomia y realismo en el campo laboral
Por Daniel Funes de Rioja Para LA NACION
Domingo 5 de agosto de 2007 Publicado en la Edición impresa
Noticias de Economía:
En las ciencias políticas se da como ejemplo a lo que Sorokin denominaba quantofrenia, o sea, una manía de senfrenada por hipervalorar lo numérico, lo cuantitativo frente a lo cualitativo. Quizás eso es lo que estamos viendo en el Congreso con la increíble cantidad de proyectos laborales para imponer a la economía formal mayor carga burocrática, mayor injerencia sindical en el gobierno de las empresas y generar un ambiente propicio para el incremento de la litigiosidad y el auge de lo que se ha dado en llamar la "industria del juicio". Si nos atenemos a las cifras que hoy existen en materia de empleo e informalidad en el país y tomamos en cuenta la experiencia internacional sobre el tema, se percibe que hay un tremendo divorcio en nuestro medio, entre la norma y la realidad, entre las leyes que rigen al empleador del sector formal de la economía y la anomia que caracteriza al empleo informal. Lo lógico sería reflexionar -antes de promover mayor regulación sobre el trabajo formal- sobre cuál es el camino para estimular la formalización de las relaciones laborales. En efecto, tal como nos ha tocado señalar reiteradamente, no sólo en el ámbito nacional sino también en el plano internacional, las economías latinoamericanas -al igual que gran parte de Africa y Asia- se desenvuelven predominantemente en la informalidad en porcentajes cercanos al 50%, mientras toda la carga tributaria, registral y laboral pesa exclusivamente sobre el sector formal de la economía. Más aún, cuando vemos el caso de los "contratados" del Estado o los regímenes llamados de "beneficios" que se otorgan en el sector público (tanto a nivel nacional, provincial como municipal), la pregunta que inmediatamente surge es por qué mientras el Estado utiliza estos mecanismos, pretende que en el sector privado el trabajo sea "de por vida" -con iniciativas al respecto en el Congreso- generando una ilusoria "estabilidad propia". O, por caso, creando absurdos privilegios incompatibles con el principio de igualdad a través de licencias, permisos y fueros para representantes gremiales, testigos en cualquier juicios y sobrerregulaciones que deben afrontar las pequeñas empresas, cuya vida y supervivencia es de por sí limitada en el tiempo y ligada a una productividad que se ha de ver seriamente afectada. De la misma manera, uno se pregunta si el universo de los trabajadores formales es relativamente reducido -pues hay un 40% de informales- ¿qué se pretende con estos proyectos? y, en todo caso, aún para los que tienen un empleo formal. ¿Estas iniciativas mejoran la calidad de vida o de trabajo de los asalariados? ¿Por qué si ello realmente constituye una preocupación genuina de los trabajadores, normalmente sólo lo encontramos en los proyectos legislativos y no son articulados en la negociación colectiva? Hemos dicho muchas veces que la legislación laboral argentina no es realista -especialmente- para las pymes, que agrava la brecha entre la ocupación y la subocupación, que conspira contra la generación de empleo genuino y estable. Estamos convencidos de que no se puede prometer que se prohibirán los despidos en el sector privado si no hay producción, ni tampoco se puede garantizar horarios "a la francesa" (los franceses abandonaron esa poco exitosa experiencia en términos de empleo y muy costosa en subsidios), licencias exorbitantes, pues la experiencia demuestra que con ello no se promueve sino que se desalienta la contratación y finalmente, si no hay empresas, no hay empleo. Estamos convencidos de que es posible propender a mejores condiciones laborales y a un mayor bienestar del trabajador y su familia, con una política de crecimiento económico con inversión, educación y empleo genuino. Pero ello no puede ser el producto de alquimias ni de expresiones voluntaristas o, simplemente, de actos demagógicos, sino de un diálogo social que se construya para buscar consensos sobre bases serias y no para servir exclusivamente de plataforma de reivindicación o de "trampolines" políticos. Estado de bienestar Nuestro país demostró que pudo salir de la crisis y crecer "a niveles asiáticos" porque se conjugó la voluntad política del Gobierno, un sector empresarial convencido de hacer renacer un modelo productivo con la participación de todos los sectores del quehacer nacional y una acción de los trabajadores y sus representantes que también aportó su cuota de sacrificio en las difíciles horas de fines de 2001 y principios de 2002. Sin embargo, quien crea que todo está hecho o que puede recrearse el Estado de bienestar sin sustentabilidad económica, estará reiterando la utilización de paradigmas ya superados que nos llevarán a cometer nuevos "viejos" errores. Los milagros son en la vida política, económica y social de nuestros pueblos el producto de los grandes compromisos, el resultado del esfuerzo común y responsable por hacer un país mejor. Ello no es consecuencia de meros recursos dialécticos o del azar o la bendición divina. Entendamos bien, los países desarrollados y altamente industrializados que "están bien" es porque hicieron las cosas bien, con la sociedad (y no sólo con una parte de ella), respetando la iniciativa privada de la misma manera que garantizando el respeto a la dignidad humana y el valor del trabajo. En definitiva, en vez de hacer leyes que terminan incumpliéndose o siendo imposibles de aplicar, lo que hay que hacer es crear las condiciones para que todos puedan tener trabajo formal, decente y productivo y para eso debe haber empresas sustentables. El autor es vocal y asesor laboral de la Unión Industrial Argentina (UIA).
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