19 septiembre 2006

Sexo, drogas y rock and roll




A TORRE VIXÍA
| XOSÉ LUÍS BARREIRO RIVAS |
Un Papa fuerte en un Occidente débil

LEJOS de ser un error, o un mal cálculo de oportunidad, el discurso de Benedicto XVI en la Universidad de Ratisbona constituye un magistral resumen de la realidad intelectual de Occidente, cuya esencia consiste en el reconocimiento de dos planos -trascendental e inmanente- que conviven necesariamente en la articulación de nuestro orden cultural, moral y político.

Hasta el siglo XIII, el islamismo y el cristianismo habían coincidido en una interpretación fundamentalista de la historia, que intentaba reflejar en las sociedades humanas un paradigma dogmático del orden revelado. Pero es a partir del siglo XIV, con Ockam y Marsilio de Padua, cuando se consigue aflorar un pensamiento que, basándose en la tradición filosófica grecolatina, reclama la independencia de los dos órdenes y su libre articulación en sociedades secularizadas. Por intereses de ambos poderes -político y religioso-, y por la inercia cultural del Bajo Medievo, no se logró esa total secularización hasta la Ilustración, aunque ya el Renacimiento constituye un ejemplo de la enorme fecundidad política y religiosa que tuvo esta soberbia refundación de la cultura occidental.

Lo que dijo el Papa en Ratisbona -«No actuar racionalmente se opone a la esencia de Dios»- es una afirmación de la cultura europea hecha desde la fe, que, además de culminar ocho siglos de esfuerzo dedicados a la construcción de una cosmovisión compatible con la libertad política y religiosa, sienta las bases para la construcción de la ética global que viene reclamando Hans Küng, el otro gran intelectual de Ratisbona, como respuesta al problema de fragmentación social y moral que plantean las religiones.

Por eso debimos ponernos al lado del Papa y, afirmando nuestra libertad y nuestra visión secularizada del orden mundial, decir una y mil veces que la razón y la fe se equilibran en la balanza que rige nuestras construcciones sociales y políticas. Pero -seamos sinceros- tuvimos miedo. Y preferimos apostar por nuestra seguridad antes que hacerlo por nuestros principios. Hemos dejado sólo al primer Papa que asume en público el Siglo de las Luces, hasta el punto de hacerle creer que si algo nos pasaba era por culpa de una cita muy potente, sólo en parte inoportuna, que consiguió ofuscar la verdad de su discurso.

Los que han ganado son los que creen que la fe puede asoballar la razón, y los que, para garantizar el respeto a sus creencias, volvieron a amenazar nuestra conciencia crítica y nuestra libertad. Cuando fue el asunto de las caricaturas cedimos, por miedo, la libertad de expresión. Y ahora hemos cedido, por pánico, la libertad de pensamiento. Primero murió Montesquieu, dicen, y ahora agoniza Voltaire.


Sacado de LA VOZ DE GALICIA del día de la fecha del sector Opinión

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