Contaban en mis pagos, que un gaucho soberbio, tenía un azulejo nerviudo. Corcel de esos que no restaba coraje a la hora de cargar contra los malones, y aferrar al gaucho con las bota e´ potro y la espuela en los ijares, montado apenas sobre sus vastos y estribos para blandir la lanza hacia el pecho de los crinudos. El animal era alto, de pelo corto y sanguíneo que estremecía el suelo cuando su pezuña herrada pegaba el golpe en la tierra. Un día el gaucho, no tan joven pero entrando en los cincuenta arriba de edad, vio el malón que se le venía, así que lanzo el caballo a todo galope, vio las crines del animal al viento, sintió su corazón de la bestia latir y resoplar sus belfos mientras sereno su coraje por el tipo de pingo que tenia, se acercaba a la indiada. Cuando entro a la polvareda e iba a prenderse a la lanza sintió el ardor de su carne arrastrándose en el suelo, al finalizar, luego del largo galope, el azulejo quedo muerto entre sus piernas traicionado por su vista dada la larga distancia recorrida. A merced del infiel su bravura no sirvio para nada. En la mañanita del río Salado, entre el relente del pasto y los treboles, el cadaver del azulejo, aun largaba carlorcito del galope.
06 abril 2008
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