15 mayo 2012

SU PASADO LO CONDENA


SU PRIMER ENEMIGO VENIA EN EL PAQUETE


Se pide disculpas por hacer un mero copy/paste de Clarín, Ediciones Anteriores, pero un simple muestreo desde el 2003 a la fecha, demuestran que Scioli fue la el pegue al sonso preferido de los K.


PANORAMA POLITICO
 La decisión crucial de Kirchner El acuerdo con el FMI está en un vaivén. El Presidente sabe que juega parte de la suerte de su gobierno. Resulta importante el acompañamiento de Washington. Se logró una distensión en el vínculo con Scioli. Eduardo van der Kooy nobo@redaccion.clarin.com.ar Una mirada fugaz sobre su rostro permitió saber que las últimas horas no fueron comunes para el Presidente. Quizá resultaron las más cruciales y tensas de su corta gestión: debió decidir, nada menos, que la forma y el fondo de un posible acuerdo con el FMI. Ese trámite, que oscila entre concluir bien y abortarse, encierra una buena parte del destino que podría aguardarle al Gobierno: el anclaje externo haría menos dramático cualquier traspié en la competencia electoral; la Argentina podría observar un horizonte sin tantas amenazas, al menos por un año, a la espera de que se afiance su economía. Toda negociación, todo pacto, tiene de modo inevitable luces y sombras. Vale reconocer que el Gobierno se plantó con seguridad en un superávit fiscal (3% del PBI para el 2004) acorde con el volumen y las posibilidades reales de la economía. Cabría admitir también que la ausencia de pautas concretas para los años siguientes convertirían al posible acuerdo —según el mundo financiero— en una transición y no en un broche. Esa percepción causaría enredos en la renegociación de la deuda privada. Néstor Kirchner fue por muchas horas un hombre sumergido en un montón de borradores del acuerdo. Pareció tomar en el último tramo, incluso, el timón directo de la negociación: metió su lapicera en un texto sobre las condiciones del superávit fiscal que había preparado Roberto Lavagna; incorporó un veto a una nueva compensación bancaria. "El Presidente va corriendo la cancha", rezongaron John Thornthon y John Dodsworth, los negociadores del FMI. Tanta zaranda tuvo su razón de ser. El camino de la negociación se va alisando y empedrando, en forma alternativa, casi sin paréntesis. Hubo que atender ciertas heridas impensadas: Brasil y Turquía se quejaron, por caso, de la tolerancia del FMI con la Argentina al admitirle en principio un superávit del 3% del PBI. Lula da Silva pactó por un 4,5% y el gobierno turco por un 6,5%: ambos sufren ahora retracción. En ese tópico y en la disparidad de criterios sobre el ajuste de tarifas en empresas de servicios reparó el Presidente en las horas álgidas de la discusión. Se lo vio, en general, conforme aunque consciente del límite que implicaría no saldar las diferencias para los dos años finales de su mandato. "Hay que entender lo débiles que somos", comentó a su círculo cerrado. Se manejó con criterio propio, como acostumbra a hacer con sus decisiones, pero sintió en un instante la necesidad de compartir tanta responsabilidad: habló con Eduardo Duhalde para interiorizarlo sobre los vaivenes del diálogo y marcarle, de manera implícita, que la alianza entre ellos no tiene que ver únicamente con la política menor. También se hizo perdurable en la transacción un cabildeo con algunas de las potencias de Europa. Francia encabezó una revuelta por la falta de un ajuste de tarifas que amainó después que Kirchner recibió la última semana a los empresarios del sector eléctrico. España adoptó una conducta similar y Alemania despejó dudas que había sembrado sobre si las pautas del Gobierno argentino eran sustentables en el mediano plazo. Medió para que eso ocurriera una gestión de Kirchner ante el premier alemán, Gerhard Schroeder. Todo se suele tornar lábil y cambiante cuando se trata de una operación de esta magnitud, que podría sentar precedentes no conocidos en el establishment económico mundial: el superávit primario aceptado por el staff del FMI fue objetado por directores europeos, sobre todo el italiano. Lavagna trajinó entre uno y otro bando en condiciones poco favorables: debió hacer un enlace entre Caleta Olivia, donde estaba Kirchner de campaña, y el interior de Tailandia, donde Horst Köhler, el jefe del FMI, participaba de una reunión. Se entabló un intercambio complejo y entrecortado, como lo es la negociación. La política, como la vida, también suele deparar sorpresas. El Presidente había obtenido en su primer viaje un sólido respaldo de los líderes europeos para el trato con el FMI: pero allí las resistencias aparecen y desaparecen. Quizá su encuentro con George Bush haya tenido resultados menos descollantes: pero Washington ha venido siendo un puntal para el acuerdo. ¿Cómo podría explicarse esa posición cuando la figura de Kirchner no termina de ser adivinada en Estados Unidos? Existe una gama de razones económicas y políticas. Veamos las primeras: el Presidente se ocupó de subrayar que la crisis que se incubó en los 90 tuvo la complicidad de los inversores europeos, pero no estadounidenses. En sus viajes les dio a uno y otros un trato bien distinto. No parece una casualidad, además, que Washington haya sido neutral en el juego de presiones desatado por países europeos sobre las tarifas y el superávit fiscal: los sensores están pendientes de la revisión de contratos de empresas privatizadas que promete el Gobierno. ¿Acaso podrían ingresar las de Estados Unidos? El Presidente no vería nada mal esa posibilidad. Ha repetido en su círculo argumentos que sorprenderían a muchos de los que critican el rumbo de su Gobierno o a aquellos que dudan sobre sus convicciones: "Sería conveniente. Podría haber mayor competitividad y transparencia", comentó. Algunos escalones abajo se podrían recoger las explicaciones políticas del respaldo mantenido por Washington. Es cierto que el Gobierno no le hizo, en ese terreno, ningún ademán ostensible de favor, pero es verdad que Rafael Bielsa tramó con Colin Powell un programa de coincidencias en una cuestión neural: la lucha contra el terrorismo. Como colofón habría que considerar también la situación regional. Washington no querría que un aislamiento argentino por otro default pudiera disparar a Kirchner hacia los brazos del venezolano Hugo Chávez. La Casa Blanca respira cuando ve al Presidente argentino apareado a Lula o a Ricardo Lagos. El discurso del Presidente bordeó durante todo este tiempo un camino de cornisa, aunque evitó asomarse al abismo. Cargó siempre las tintas sobre el FMI por el quiebre que sufrió la Argentina, pero a través de Lavagna mantuvo abiertos los grifos de la negociación. No se le oyó, en cambio, ningún reproche hacia Washington por los desajustes anteriores. Aquel estilo presidencial tendiente a golpear antes de soltar prenda quedó reflejado también en las cosas que van sucediendo en el Congreso. Aun aceptando que Kirchner carece del poder necesario para disciplinar al PJ de un solo grito, los legisladores han ido votando sin tanto escombro —como era frecuente en otra época— las leyes que demanda el FMI. Ese proceso, en verdad, estuvo acompañado siempre por otras pantallas que distrajeron la atención. Está la tirantez con los militares por la revisión del pasado y el juicio político a un miembro de la Corte. No se trata de ninguna impostación pero, en forma objetiva, esos dos pleitos permitieron que la negociación progresara alejada de las luces. Todo flota ahora en la misma superficie. El juicio a Eduardo Moliné, que augura ser arduo e incierto, impedirá quizá que la Corte Suprema sea expeditiva en la convalidación o el rechazo de las leyes del perdón. Pero el Tribunal sigue dando pistas de hacia dónde se encamina el futuro. Falló a favor de continuar el proceso contra Jorge Videla por el robo de bebés. Juntó ya seis votos —el último de Carlos Fayt— para disponer la reapertura de la causa de Dagmar Hagelin, una adolescente sueco-argentina muerta en cautiverio. Ese episodio emblemático de la dictadura repondría en el primer plano a Alfredo Astiz. Entre tanta revulsión pudieron rescatarse también algunos gestos oportunos. La distensión entre Kirchner y Daniel Scioli, que coincidieron en la reunión de la UIA. El reencuentro fue posible gracias al ánimo componedor de Alberto Fernández. Es hora de que tanta refriega política deje espacios para la armonía. 

 «nCopyright Clarín 2003 



 20-8-2003 YER SE REUNIO CON PYMES Y HOY CON LA PODEROSA AEA Ahora, Kirchner ve a los empresarios Alejandra Gallo Achicando distancias. Parece ser el ánimo con el que el presidente Néstor Kirchner, retomó la actividad tras el feriado. En medio de los roces con Daniel Scioli, decidió asumir el mismo el rol de "interlocutor" con los privados, que por las suyas había adoptado el vicepresidente. Por eso ayer, en un mismo día, la Casa Rosada envió tres inusuales señales al corazón del empresariado. Por la mañana, el presidente recibió en su despacho a la Coordinadora Interempresarial Argentina. Es una nueva agrupación de industriales, productores agropecuarios y banca pública que, a través del ministro de Planeamiento Julio De Vido, se convirtió en la primera entidad multisectorial que visitó a Kirchner. Hacia la rosada fueron entonces el banquero Carlos Heller, el metalúrgico Manfredo Arheit (Adimra), y Emilio Katz, por el sector de indumentaria, entre otros. Por la tarde, arregló para encontrarse hoy a las 9 con la cúpula de AEA, timoneada por Luis Pagani. Y, minutos después, la conducción de la UIA obtuvo la confirmación de que Kirchner irá al encuentro que de la entidad fabril en Jujuy. En la UIA recibieron el mensaje con optimismo. "El Presidente está tomando contacto directo con los sectores productivos y eso es muy bueno", consideró un ex presidente fabril. En el encuentro de ayer a la mañana, Kirchner les habría confirmado a los empresarios que la economía crecerá entre 5 y 5,5% para fines del 2003. Tras poco más de una hora de reunión (con sólo una ronda de café) los empresarios se habrían ido de la Rosada con la promesa de que el Gobierno trataría de aplicar la ley de Compre Nacional en los pliegos de licitación de las obras públicas que tiene en carpeta. Se aplicaría con el primer tramo de la red de electrificación, y apuntaría a darle prioridad a los consorcios que se presenten con una red de proveedores nacionales. Según fuentes privadas, en ese encuentro se debatieron otros dos temas claves. Por un lado, la necesidad de flexibilizar el crédito a las empresas, un pedido constante de los sectores más golpeados durante la convertibilidad. El otro tema fue la Aduana. Los empresarios habrían acercado denuncias sobre un sospechoso incremento en supuestas maniobras de subfacturación en importaciones de bienes de capital, insumos industriales y piezas y autopartes. Apuntarían a declarar valores inferiores a los que realmente se pagan entre el importador y el vendedor externo para pagar también menos aranceles. El cambio de actitud del Presidente se da en medio de los cruces internos por las declaraciones del vicepresidente, Daniel Scioli, quien se perfilaba en solitario como el interlocutor del establishment en la "gestión K" y, en ese rol, anunció fechas para las subas de tarifas. Como coletazo de esa crisis, ahora es el propio Kirchner el que recibe a los empresarios.
 «nCopyright Clarín 2003


HACERLE CASO A ESTE VIEJO MENSAJE






EL VIEJO TRUCO DE POSICIONARSE POLITICAMENTE COMO ANTI ETICO


OPINIONChacho Alvarez: lo de Scioli es una estrategia provocativa





El ex vicepresidente dice que la crisis entre Kirchner y Scioli no se puede comparar con la de su renuncia en el 2000. Y que, en este caso, existe un plan del actual vice para posicionarse políticamente.






Carlos "Chacho" Alvarez
Por estos días se han asimilado constantemente —en algunos análisis y comentarios periodísticos y políticos— las desavenencias entre el presidente Néstor Kirchner y el vicepresidente Daniel Scioli, con la gravísima crisis institucional que condujo a mi renuncia como vicepresidente en octubre de 2000.

Más allá de la entendible preocupación de una sociedad que ha vivido situaciones traumáticas muy recientes, y del debate que aún nos debemos sobre cuestiones medulares de carácter político institucional, considero importante distinguir las diferencias por demás evidentes entre las situaciones comparadas.

El conflicto actual no tiene ningún punto de comparación con la crisis política que marcó al gobierno de la Alianza, desencadenando mi renuncia al cargo que ocupaba. En ese caso, se trató de un gravísimo hecho de corrupción institucional en el cuerpo que presidía, el Senado.

No estuvo relacionado a un intento de diferenciación respecto a la política decidida por el entonces presidente, Fernando de la Rúa, y mucho menos con discusiones por espacios de poder.

Por el contrario, aun no coincidiendo con muchas de las resoluciones tomadas por el ex presidente De la Rúa, en público siempre tendí a privilegiar y fortalecer la cohesión interna y la figura presidencial, incluso pagando costos políticos y personales muy altos.

Cuando se denuncia el tema de los sobornos en el Senado de la Nación vinculados a la sanción de la Ley de Empleo y el entonces Presidente hace causa común con los senadores involucrados dejándome sin ningún espacio interno, la disyuntiva era clara: pactar con un sistema altamente viciado o renunciar.

Descarté la confrontación abierta con el propio Presidente por los riesgos políticos impredecibles que implicaba.

Entre un gobierno que necesitaba de ese Senado para la aprobación de las leyes y consecuentemente hacía todo lo posible para tapar el problema, y la mayoría de la corporación abroquelada por acción u omisión en las políticas más degradantes, el "adentro" para continuar esa pelea era inexistente.

El problema entre el presidente Kirchner y el vicepresidente Scioli fue de índole totalmente distinta. Obedeció básicamente a una estrategia ostensible y casi provocativa de posicionamiento político personal del vicepresidente, quien se colocó en los temas más importantes de la agenda pública en las antípodas de las iniciativas y los tiempos marcados por el Presidente.

Una cosa es disentir en algún tema, abriendo el debate en el espacio público como ha sucedido en Brasil, cuando el vicepresidente José Allencar criticó abiertamente el nivel alcanzado por las tasas de interés. Otra muy distinta es la diferenciación como sistema, en el contexto de un dispositivo de opiniones, gestos y actitudes que buscaron —no hay que ser experto en semiótica o especialista en lectura de textos para darse cuenta— ofrecerse como retaguardia o reserva de confianza en la relación con los factores de poder.

Lo que se puso de manifiesto son dos visiones opuestas. Un desacuerdo manifiesto sobre el rumbo adoptado por el Presidente Kirchner, cuestión que por otro lado ya estaba presente al momento de la conformación de la fórmula.

Si el Presidente permitía que su vice operara abiertamente en sentido contrario a sus decisiones, la brecha de conflictividad se hubiera ensanchado produciendo no sólo el debilitamiento de la autoridad del jefe del Poder Ejecutivo sino también una profunda disfuncionalidad institucional.

La respuesta del presidente Kirchner puede ser opinable desde el punto de vista procedimental: si había que cortar el problema de cuajo o existía margen para una mayor gradualidad; pero de un modo u otro es evidente que cuando se quiebra la confianza y emergen diferencias tan ostensibles, es imposible que el vicepresidente aspire a conducir áreas que exceden su responsabilidad institucional.

Más aun cuando el Gobierno enfrenta una serie de negociaciones claves que reclaman un frente interno sólido, un gobierno cohesionado y un Presidente con el mayor respaldo posible. 








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