LA NEO CONFESION DEL NEO NEO
En la politicología están los neopolitólogos, los neotestimoniales, los neoblogeros, los neomentirosos, los neoencuestadores. Los neoneo. En fin, toda las gamas de neo, como los neodiazbancalari que son unos políticos oscuros que se adaptan neoticamente a su jefe neo. Bien. Este neonato político, bautizó a todos los que digan que lo que están haciendo es saquear de contenido a la argentina y convengamos de valores y demás yerbas: Neo golpista. Bien, esta corriente, derivada del neohijodeputismo llamada neohijodeputismo neopelotudo, tiene entre la politología argentina una explicación muy grafica en uno de sus mas acendrados exponentes. AGUSTIN ROSSI: “Las diputadas Giúdici (UCR) y Bullrich (CC) mostraron que 3 artículos difieren entre lo que se aprobó en comisión y lo que llegó al recinto. Las modificaciones dan más poder discrecional al Gobierno. Para el oficialismo es una operación dilatoria.” Esto decía un titular del diario defensor de los monopolios ayer por la mañana. A lo que Rossi contesto que discutían las formas no el contenido y que estaban dilatando para no dar el debate de la Ley muestran a las claras como el neopelotudismo deriva hacia nuevas formas del neopelotudismo pavo. Aunque no es frecuente los politicologos lo describen afanosamente. Entre los muchachos solemos decir alcahuetes, pero en fin, toda ciencia se define por un lenguaje. Ahora el neogolpismo, incluye formas no militares de sustraer a la democracia constituida el poder por debilitamiento de sus instituciones. Por lo tanto en la afirmación niego (la forma de la silogística escolástica). Si las instituciones son debilitadas por el manejo arbitrario del gobierno, es democracia plena. Si el opositor dice esto es injusto, es golpismo. El silogismo cornudo que vuelven a construir los integrantes del neohijodeputismo neopelotudo es neotremendamente para neotontos. Estimado y querido amigo Díaz Bancalari: Cobos hizo con Kirchner algo, salvando distancias y espectros, más o menos lo que hiciste vos con Duhalde y su bloque. Eso sí, vos no fuiste Vice, también debo reconocer que te bajaste los lienzos, no peleaste la interna en la Provincia de Buenos Aires la negociaste por algo menor. Te la pusieron muy linda y te pagaron con lindos viajes hasta convertirte en la primera espada discursiva del kirchnerismo. Ahora pero la vaina para esa espada era tu tujes, hermano. Te la pusieron bien, aunque te dieron su lugarcito. Por eso, ninguno como vos, sabes que el neogolpismo son ellos, vos conociste al turco y al petiso, que no son santos de la devoción de muchos. Me gustaría que confieses públicamente si los viste ensañados con los demás y los opositores en bloque como este tipo que ahora es tu jefe. Que te manda a despotricar como loco en defensa de algunas fichas de casino. Fichas que no te las vas a timbear vos. El golpismo no militar en origen es el revolucionario que es de ellos. Con las armas. El neogolpismo sin armas, solo a la camándula, negro de mi vida, son ellos, después los otros.
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«[III] Ahora bien, como ya hemos probado que el derecho natural de cada uno sólo está determinado por su poder, se sigue que, en la medida en que alguien, por fuerza o espontáneamente, transfiere a otro parte de su poder, le cederá necesariamente también, y en la misma medida, parte de su derecho. Por consiguiente, tendrá el supremo derecho sobre todos, quien posea el poder supremo, con el que puede obligarlos a todos por la fuerza o contenerlos por el miedo al supremo suplicio, que todos temen sin excepción. Y sólo mantendrá ese derecho en tanto en cuanto conserve ese poder de hacer cuanto quiera; de lo contrario, mandará en precario, y ninguno que sea más fuerte estará obligado a obedecerle si no quiere.
Así pues, se puede formar una sociedad y lograr que todo pacto sea siempre observado con máxima fidelidad, sin que ello contradiga el derecho natural, a condición de que cada uno transfiera a la sociedad todo el poder que posee, de suerte que ella sola mantenga el derecho de la naturaleza a todo, es decir, la potestad suprema, a la que todo el mundo tiene que obedecer, ya por propia iniciativa, ya por miedo al máximo suplicio.
El derecho de dicha sociedad se llama democracia; ésta se define pues como la asociación general de hombres, que posee colegialmente el supremo derecho a todo lo que puede. De donde se sigue que la potestad suprema no está sometida a ninguna ley, sino que todos deben obedecerla en todo. Todos, en efecto, tuvieron que hacer, tácita o expresamente, este pacto, cuando le transfirieron a ella todo su poder de defenderse, esto es, todo su derecho. Porque, si quisieran conservar algo para sí, debieran haber previsto cómo podrían defenderlo con seguridad; pero, como no lo hicieron ni podrían haberlo hecho sin dividir y, por tanto, destruir la potestad suprema, se sometieron totalmente, ipso facto, al arbitrio de la suprema autoridad. Puesto que lo han hecho incondicionalmente (ya fuera,como hemos dicho, porque la necesidad les obligó p porque la razón se lo aconsejó), se sigue que estamos obligados a cumplir absolutamente todas las órdenes de la potestad suprema, por más absurdas que sean, a menos que queramos ser enemigos del Estado y obrar contra la razón, que nos aconseja defenderlo con todas las fuerzas. Porque la razón nos manda cumnplir dichas órdenes, a fin de que elijamos de dos males, el menor.
Adviértase, además, que cualquiera podía asumir fácilmente este peligro, a saber, de someterse incondicionalmente al poder y al arbitrio de otro. Ya que, según hemos demostrado, las supremas potestades sólo poseen este derecho de mandar cuanto quieran, en tanto en cuanto tienen realmente la suprema potestad; pues, si la pierden, pierden, al mismo tiempo, el derecho de mandarlo todo, el cual pasa a aquel o aquellos que lo han adquirido y pueden manternerlo. Por eso, muy rara vez puede acontecer que las supremas potestades manden cosas muy absurdas, puesto que les interesa muchísimo velar por el bien común y dirigirlo todo conforme al dictamen de la razón, a fin de velar por sí mismas y conservar el mando. Pues, como dicé Séneca, nadie mantuvo largo tiempo gobiernos violentos.» Spinoza, Tratado teológico político, 1670.
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