Conocí a Fernando Guibert en la Peluquería Ángelo en la Calle Arenales antes de llegar a Suipacha, cercana a la Calle Arroyo. Fernando era un cajetilla de aquella Buenos Aires de los años setenta. Pero era un hombre humilde. Ya había publicado” Poeta al pie de Buenos Aires”, como un acto fundador como si fuera un Virgilio del Rio de La Plata, aunque concurrieran en su obra poética el ballet, la poesía y la danza. Hombre transgresor, culto y migrante, era también un criollo, nacional y popular, pero porteño. Su cultura era la de los habitantes del puerto, de esos a los que hoy no le solemos rendir memoria. Hacemos hincapié y nos regodearnos con algunos sacros nombres, sin saber que fueron muchos los hombres quemados junto al río.
Ángelo le cortaba el pelo y nos pusimos a hablar, yo era casi un adolescente, pero este embajador de Frondizi (cultural e itinerante en su época), se detuvo a hablar conmigo de poesía, el, como yo ahora, creía en la importancia del dialogo generacional, como Aldo Pellegrini y otros tantos la cultura los iba olvidando para ese entonces. Como diría Heidegger, repitiendo a Hölderlin ¿para qué ser Poetas en tiempos de Penurias? Cuando se corto, no se fue, siguió hablando conmigo, luego un circunstancial café, y lo acerque hasta su casa con mi auto, no lejana de ahí, pero distante como para que el llegara a pie y debiendo cruzar la nueve de julio ya que quedaba en una casa de Departamentos en Marcelo T. de Alvear mas allá del 2100. Subí y me entrego el libro editado por Santiago Rueda y que no estaba en buenas condiciones, pero me sirvió para conocer su lirica. Juro que para aquella época del Marechal y Octavio Paz, me pareció dura. Hoy es otra cosa. Hoy es entre el compadrito y el culto, capaz de hacer un tango o un soneto, aunque su voz se apagara en el año 1983, siendo amigo parte de esos años que pudimos estar conectados.
Nada me hace parecido a tu estatura, solo nos iguala el destino de ser argentinos que nos enseño en su poema Marechal, apenas somos los hombres quemados junto al río.
En esta mañana de primavera en la que ya no estás y en la que en la que me extingo, mi humo te celebra, en la consumición de la pasión del fuego de una patria ciega.
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