13 octubre 2011

EZEQUIEL MARTINEZ ESTRADA ANTICIPA EL QUIDIDAD DEL KIRCHNERISMO

ESCRITO EN 1957-Las tiranías no reconoces extremos.


EZEQUIEL MARTÍNEZ ESTRADA
Las Diez de Últimas
Del libro Las 40, Ezequiel Martínez Estrada (Ediciones Gure S.R.L., Buenos Aires 1957)
Mi vieja denuncia de que somos un pueblo acobardado, con los años va perfilándose mejor y obteniendo amplia iluminación desde diversos ángulos. Cuáles pueden haber sido los eventos históricos y caracterológicos que hayan concurrido a fijar una modalidad tan favorable al despotismo, a la dominación "extranjera" y a la explotación del compatriota infeliz, no es ésta la oportunidad de que lo repita. He encontrado seis causas determinantes, una de ellas las continuas, periódicas o intermitentes revueltas, que además del sacrificio de vidas y bienes deja como secuela la incertidumbre o el miedo al mañana. Miedo inclusive, como dice Fromm, a la libertad. Es lo que ha denunciado Alberdi en El crimen de la guerra y lo que mucho antes había denunciado hasta el cansancio Sarmiento en Facundo y otras obras: "La América del Sur es un pronunciamiento permanente hasta 1875, en que fue cayendo de pronunciamiento en pronunciamiento en manos de tenientes y coronelillos que se fortificaron en los cuarteles y abolieron o desvirtuaron con el auxilio de la plebe, las instituciones populares" (Conflictos y Armonías).

Del daño que causó la tiranía de Rosas y de sus tácticas de terror, lo mismo que los caudillos en el interior, me he ocupado muchas veces; de manera que he de limitarme a insinuar que debe hacerse extensivo el veredicto a los motines, saqueos, atropellos e iniquidades del gobierno y la Justicia, que han denunciado muchos patriotas exiliados en el silencio. No es posible juzgar, sin tener en cuenta la magnitud de esos traumas que en la historia han dejado ejemplo de que se perpetúan por generaciones y generaciones, en qué situación se encuentra el pueblo, ya para no resistir a los invasores de cualquier género, ya para entregarse incondicionalmente al vencedor. Pero si se enseña nuestra historia como una novela de aventureros gloriosos, ¿se le dan defensas a ese pueblo intimidado y embaucado? Hoy estamos seguros pero ignoramos qué nos acontecerá mañana; lo que sí sabemos es que las invasiones ya no se nos hacen desde fuera. Advenedizos y usurpadores como antaño degolladores y matarifes tienen en sus manos nuestros destinos y nuestro honor.

Pero al final se ha encontrado el procedimiento, no sólo aquí sino en todas partes del mundo, de sostener un estado permanente de temor y de incertidumbre como medio de reducir a impotencia a poblaciones de las que se exige más de lo que pueden dar. La experiencia de la guerra de 1914-1918 dio las normas y las pautas. Observados los efectos psicológicos de la guerra y de todas las calamidades que perturban la vida pacífica y consuetudinaria, los gobernantes de los países que por su constitución democrática no pueden ejercer sobre sus pueblos el poder brutal de la fuerza armada, han apelado a la guerra fría o guerra de nervios que mantiene la zozobra y la sobreexcitación animal en épocas de paz.

Gobernar es más difícil que mandar, y el ideal de convertir al país en un cuartel es la solución gordiana del que no sabe qué hacer con él; pero también es la forma más cínica y astuta de obligar a un millón de hombres con un grito….

Hoy en día, muchísimo más que en 1848 y en Francia, le es imposible al trabajador de Sudamérica tener idea ni aproximada de la situación nacional, y menos de la mundial, de los intereses capitalistas en juego, sospechar cómo se combinan y coordinan, de qué recursos de espionaje y soborno disponen los enemigos, dónde están, cuántos son, qué poderes manejan, qué tácticas emplean para el dominio incruento de los países "satélites". Ni el intelectual que está al corriente de publicaciones de prensa y de librería -¡precisamente!- sabe nada. Estamos todos ciegos y los colirios que nos suministran son enceguecedores. Como decía un magnate de la industria americana refiriéndose en un banquete a los líderes de los sindicatos obreros y a los agitadores –no sé su elenco-, son "ciegos guiando a ciegos".

¿Qué hacer? Los servidores gratuitos y los estipendiados, que se parecen muchísimo, nos aconsejan estar conformes, ser optimistas, "cantar a la libertad", decir que sí y, como ya nos han cacheteado ambas mejillas, que presentemos ambas nalgas. Consentir, aplaudir y, puesto que no vemos, cerrar los ojos.

Son las tácticas experimentadas en Italia y Alemania para mantener el orden de una población de cien mil almas con dos gendarmes. ¿Y qué otros medios, que los de la intimidación se ponen en juego? Infinitos. Uno de ellos es el desvío de la conciencia ciudadana hacia valores viles que también debilitan y enervan. Proponer la admiración de hazañas escenográficas para ocultar el mérito del esfuerzo constante y anónimo, creando ídolos de trapo y yeso, es una forma de cortarle el pelo al gigante. Si se induce al pueblo a admirar y honrar a los reos de lesa patria paseándoselos coronados de laureles y ataviados con la pompa que deslumbra a las mujeres pruriginosas y a los mozalbetes con inclinación retrógrada, ¿qué falta hacen otros recursos más costosos? Ese teatro, ese circo, ese desfile de monigotes facilita el contrabando en gran escala de los productos declarados contrarios a la salud pública. Bajo esos entorchados, penachos, galones, tricornios y charangas se meten en el alma del pueblo, no en las aduanas, los traidores desterrados por decreto. Moreno observó hace siglo y medio: "En vano publicaría esta Junta principios liberales que hagan apreciar a los pueblos el inestimable don de su libertad, si permitiese la continuación de aquellos prestigios, que por desgracia de la humanidad inventaron los tiranos para sofocar los sentimientos de la naturaleza. Privada la multitud de luces necesarias para dar su verdadero valor a todas las cosas; reducida por la condición de sus tareas a no extender sus meditaciones a más allá de sus primeras necesidades; acostumbrada a ver los magistrados y jefes envueltos en un brillo que deslumbra a los demás y los separa de su inmediación, confunde los inciensos y homenajes con la autoridad de los que los disfrutan y jamás se detiene a buscar los jefes por los títulos que los constituyen, sino por el voto y condecoraciones con que siempre los ha visto distinguidos".

Nos hacen aborrecer lo sagrado y lo venerable. Todo lo ensucian y acibaran; de modo que tenemos que privarnos de lo poco que nos dejan porque queda manchado. La libertad es un estorbo, la franqueza un óbice, la buena fe una chambonada, la decencia una pamplina, la rectitud una mochila con piedras. Todos los días con noticias ambiguas, desmentidos, con rectificaciones y amenazas, con propagar noticias de los atropellos que nuestros gobernantes policiales y los de otros países cometen ( -No se queje; hay otros peores), con loar a los inquisidores, nos desarman y acobardan. "Con máscaras para gases, refugios y alertas se pueden formar rebaños miserables de seres humanos enloquecidos, prontos a ceder a los temores más insensatos y a acoger con entusiasmo las más humillantes tiranías, pero no ciudadanos" (Simone Weil)

El modo más eficaz y económico de someter a los individuos y a los pueblos, no es usando el látigo y el cepo como antaño. Más simple y de menos costo es embrutecerlo, cegarlo y arrancarle los estímulos de vivir. Para atarlo a la noria y obligarlo a girar, mejor que fustigarlo es arrancarle los ojos. De todos modos hay que vendárselos. Eso hicieron con Sansón y eso aconsejó un caudillo del nacional-socialismo que se hiciera con los niños destinados a los trabajos mecánicos, de malacate.

Explicó Miranda a Pitt: "España le saca los ojos del entendimiento a los americanos para tenerlos más sujetos"

Intimidar, embrutecer, desalentar, ésa es la consigna. Si razona el caballo se acabó la equitación. Para esos fines se practican procedimientos de laboratorio, creados por Pavlov, y el mecanismo de los reflejos condicionados llega a actuar mecánicamente apretando un botón, produciendo un sonido, encendiendo una luz, sobre millones de seres simultáneamente. Embrutecer al propio pueblo, y si el poderío de la nación es grande, embrutecer a otros pueblos, lo cual puede realizarse limpia y elegantemente con el mismo elenco de mando, copando los comandos directivos y sometiéndolos a un plan de entrega de la población inerme y vendada. Puede usarse de la cortesía diplomática y de la ayuda financiera; en realidad todos los órganos de dominio pueden –y lo han sido- ser puestos al servicio de la conquista y esclavitud del hombre por sus salvadores y redentores. ¿Se comprende lo que significaría que los apóstoles estuvieran al servicio de Satanás? Pues eso es, literalmente, lo que ocurre. Los métodos y procedimientos son exquisitos, en ocasiones deleitosos. Se emplean los instrumentos creados y habilitados para funciones de progreso, libertad, instrucción, legalidad, ética, respeto, los mismos instrumentos, perfeccionados en lo posible, para que rindan resultados imprevistos, contrarios a su misión. El diálogo entre Montesquieu y Maquiavelo, de Joly, que cito en otro lugar, es informativo: con los artefactos de la democracia es posible realizar un gobierno despótico, con la ventaja de que los pueblos no advertirán que son traicionados y sometidos. Aún llevarán guirnaldas a los verdugos. Advirtió Moreno:
"Cualquier déspota puede obligar a sus esclavos a que canten himnos a la libertad, y este cántico maquinal es muy compatible con las cadenas y opresión de los que lo entonan. Si deseamos que los pueblos sean libres, observemos religiosamente el sagrado dogma de la igualdad".

La radio, el cine, el diario, la revista, los libros de texto y de imaginación en un noventa y cinco por ciento están al servicio de esa empresa satánica de embrutecimiento e intimidación en gran escala. Servidores de esos intereses son los manipuladores de esos instrumentos de dominio y perversión, más culpables cuanto más altos se hallan en la escala de los poderes del saber.

El peligro que Marx y Engels revelaron, para las organizaciones estabilizadoras del orden injusto e ignominioso, era que el pueblo se instruyese y se uniera. Oponerse a ese designio que parece inscripto en el destino de la especie humana, por la violencia, por el soborno, por el temor fue tentativa frustrada y hasta la primera guerra mundial se las puso en práctica. El fascismo (que encarna una doctrina política, económica y social de largo alcance) descubre la forma de utilizar las banderas del adversario para reclutar a los destructores del bien público. Ya no es necesario emplear la violencia, oponer a las muchedumbres enardecidas las tropas disciplinadas, a las barricadas los maúseres, a las poblaciones fugitivas los bombardeos en picada. Se usan a las muchedumbres enardecidas y a las barricadas ocasionales, se usan los lemas de democracia, libertad y cultura para vencerlas en su propio terreno y con sus propias armas. Esto se llama corromper y vencer sin derramar sangre, que al fin es cristiano.

Literalmente es la táctica de Napoleón III, cuyo imperio se caracterizó por haber corrompido todo lo que Napoleón I había exhumado del osario borbónico, apoyándose en ello. No atacó, envileció; dijo todo lo que pensaba no hacer; atrajo hacia sí a los opositores enlodazándolos, y tanto los prostituyó que las víctimas acabaron por defender al corruptor. Es la táctica que creen haber descubierto los gobernantes latinoamericanos, que siempre imitan lo peor, que es lo que más les gusta y que juntamente es lo más fácil. Pero hay los tratantes de blancas y sus agentes comerciales; los estadistas que no se ensucian las manos, pues para eso usan guantes, y los infelices que se pringan todo el hocico; países que convencen con el garrote gordo y países que conquistan con sus ejércitos de salvación. Hace más de un siglo que Inglaterra y Estados Unidos han puesto detrás de la puerta el big stick y retribuyen en dinero los servicios de los traficantes de pueblos.

Este tema de la oscuridad y de la ceguera, común en los antiguos mitos religiosos y que hallamos en el Zend Avesta como en los Evangelios, debe explicarse. Que lo haga otro. Es, en efecto, el recurso más expeditivo para privar de la fuerza, el cegar. El ciego es, por excelencia, el ser indefenso. Eso hicieron los filisteos con Sansón, eso hacían los asirios con los prisioneros de guerra. También Jehová cegaba a quienes quería perder. Pero mi tema es que somos nosotros los prisioneros de guerra y que hemos sido vencidos en casa, durante la noche, ¡y que no hay maquies ni requetés contra los colaboracionistas! Para mantenernos quietos, el pesebre y las anteojeras; para que no nos enervemos, el cambio de jinetes.



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