23 mayo 2006

Recuerdos del Futuro

El Eternauta, un peronista desparejo

Por Marcelo Gioffré Para LA NACION
La izquierda peronista ha reaparecido, si no desde el punto de vista operacional, al menos en el plano simbólico. Frente a tamaño retorno, el peronismo ortodoxo comienza a insinuar una reacción. Ello nos obliga a recapacitar sobre el papel de estas fuerzas dentro del escenario político argentino.
Ya sabemos que las historietas trasladan a imágenes una suma de aspiraciones inconscientes, de modo tal que clarifican y refuerzan mitos vigentes en la sociedad. Héctor Germán Oesterheld siguió, a mi modo de ver, el camino al que los Montoneros y la Juventud Peronista intentaron en vano arrastrar a Perón.
Hay una anécdota emblemática, que revela a la perfección la promiscuidad del mensaje peronista y, por ende, de sus estructuras narrativas. A principios de marzo de 2002, en una iglesia evangélica donde se celebran habitualmente reuniones de madres alemanas que sufrieron la desaparición de sus hijos, la mujer de Oesterheld fue interpelada por una médica de unos cincuenta años, que le relató una anécdota esclarecedora. La médica había estado presa en la ESMA durante la dictadura militar. Estaba encapuchada y engrillada y su custodio era el ex marino Alfredo Astiz. Un día el custodio le quitó la capucha, la venda, los grillos, y la llevó a otra sala, donde le tendió un libro: "Este es el mejor escritor que tuvo la Argentina", le dijo. El libro era El Eternauta y su autor, Oesterheld, desapareció en 1977. La médica, que nunca había leído historietas, devoró El Eternauta en una noche, vampirizada, y lo volvió a leer. Y lo leyó por tercera vez, sintiendo un cataclismo interno, viendo reflejada en la obra toda la tragedia que ella estaba viviendo.
El episodio plantea la siniestra paradoja de que ese libro logra unir, secretamente, a víctimas y victimarios. Tanto la médica, de un lado, como Astiz, del otro, veían allí condensado el drama argentino, aunque seguramente hacían interpretaciones antagónicas e identificaban a los bandos en pugna de modo distinto y hasta opuesto. ¿Cómo pudo suceder semejante confusión? ¿Cómo se llegó a tal límite de ambigüedad en el flujo poético?
En El Eternauta , publicado en 1957 -es decir, dos años después del derrocamiento de Perón, poco tiempo después del fusilamiento del general Valle y en plena irrupción de la figura de Frondizi-, hay un grupo inicial que, al desatarse una nevada mortal provocada por una invasión extraterrestre, queda aislado en un chalecito de Vicente López. El grupo constaba de un pequeño industrial, Juan Salvo; un intelectual, Favalli; un jubilado, Polsky, y un empleado de banco, Herbert. Se trata de gente de clase media (la clase que había sido antiperonista, como el propio Oesterheld, entre el 45 y el 55), y la heterogeneidad inmigratoria de los componentes, ciertamente deliberada, intenta remarcar el espíritu transversal de clase. Frente a la catástrofe, el grupo adopta una estrategia egoísta, pensando en salvarse solo e incluso en escapar ("irnos bien lejos", le dice Favalli a Salvo). Pero hay un momento de la obra en que se produce una torsión espectacular: es cuando aparecen los soldados (el cabo Amaya) y los obreros (el tornero Franco y el obrero Sosa), instando a todos los sobrevivientes a reunir esfuerzos para rechazar al invasor. En ese momento reaccionan y deciden plegarse a la resistencia, pasan del egoísmo a la solidaridad.
Y no es casual que los militares nacionalistas y los obreros sindicalizados sean los ingredientes originarios con los que se engendró el peronismo. Y menos casual aún que todos los apellidos de este segundo grupo, como advierte agudamente Juan Sasturain, sean criollos, propios de los llamados "cabecitas negras". Y, en épocas de Frondizi, el ensamble sinfónico con un intelectual y un representante de la burguesía nacional constituye la fórmula ideal en boga. Así, el verdadero héroe de
la obra es colectivo y se identifica con esa alianza nueva y poderosa (peronismo + clase media) que se articula para combatir a un enemigo común. Pero ese enemigo no es el derecho de propiedad, el cual es explícitamente reivindicado, ni el espíritu burgués (la familia, el truco, un baile póstumo en una casa o un club de jazz en la calle Paraguay son apreciados con sentido favorable), ni mucho menos la explotación imperialista (del norte se espera que venga la ayuda), sino algo indeterminado y difuso, que quizá podríamos identificar con la pobreza.
Pero ¿qué era lo que subyugaba a Astiz en El Eternauta ? Sospecho que en la metáfora de la agresión extraterrestre veía fuertes similitudes con el ataque de la subversión izquierdista. Los cascarudos, los hombres-robot y los gurbos son teledirigidos, los manos están sometidos mediante una glándula que les injertaban en el cuerpo y que, llegado el caso, segregaba un veneno aniquilador, y los ELLOS, por fin, son el enemigo genuino, invisible y perverso ("Ellos son el odio cósmico", dice el mano de las barrancas de Belgrano, antes de morir). En el caso de la subversión, el lavado de cerebros (que Pablo Giussani pone de relieve en La soberbia armada ), la estructura piramidal y celular, la captación psicológica y la pastilla con la cual debían suicidarse en caso de ser capturados, ¿no eran acaso dispositivos análogos? Al designar Oesterheld a los cabecillas de la agresión con el nombre ELLOS -en mayúsculas- los coloca, incluso, en la misma situación irreconciliable en que los militares tenían a los guerrilleros: son los que están del otro lado, los enemigos.
Pero entonces la pregunta es cuál era la lectura que hacía la médica presa. Ella, sin duda, veía en los copos de nieve y en todo el despliegue de los extraterrestres el accionar de la represión, y en la resistencia desesperada de los humanos la presión de las masas populares contra las dictaduras y el capitalismo internacional. Esta interpretación no es menos extravagante, ingenua y errada que la que los Montoneros hicieron de Perón, cuando creyeron entrever en el viejo militar a un icono de la izquierda revolucionaria.
Pero hay un segundo Oesterheld: el que publica El Eternauta II , en 1976, cuyo texto es una burda propaganda izquierdista y anticapitalista, el que ensalza al Che Guevara, el que en la misma realidad adhiere al movimiento Montoneros. Es el Perón que no fue, es el Perón ilusorio que la juventud izquierdista quiso forzar en su sueño de alucinación narcótica. Esto es muy notable, porque el cambio profundo operado en Oesterheld es paradigmático de la confusión que prevaleció en la médica presa y en gran parte de la militancia setentista. El primer Eternauta es una obra profundamente peronista, en el sentido de que homologa el valor mitopopéyico de una alianza de ciertos factores sociales que, en la práctica, encarnaron la placenta del peronismo. El primer Eternauta no quería eliminar las clases sociales, sino que los pobres cambiaran de clase. El segundo Eternauta , en cambio, es el peronismo resignificado desde una izquierda intelectualizada y entrista, que cíclicamente se empeña en colonizarlo y usarlo como polea, poniendo entre paréntesis los flecos ideológicos que no empalman en su esquema. Pero el movimiento peronista esconde un núcleo duro que es esencialmente telúrico y conservador, razón por la cual, ante cada desviación, reaccionan sus anticuerpos y sus alarmas. Por el tamiz de ese purgatorio ya pasó Héctor J. Cámpora.
El autor es abogado y escritor. Su último libro es Economía y orden jurídico.

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